miércoles, 22 de abril de 2015

Un día normal de mi vida normal.

Miguel estaba preparado. Tras desayunar un tazón de leche y cereales, cogió todos sus libros, los introdujo en su vieja mochila y se cambió de ropa. Mientras lo hacía, no pudo evitar mirarse en el espejo. Se veía delgado, enclenque, débil. Su madre le pegó un grito y volvió en si. Una vez se había vestido, su madre le dijo:
-Hoy te acompaño.
-No es necesario mamá, puedo ir yo solo.-le contestó el joven. 
-No digas tonterías, en tu estado no puedo dejar de vigilarte. 
-Pero mamá… 
-Escucha…- le interrumpió – sé que quieres que sea normal, y aceptamos tus condiciones, pero debes entender que si te ocurre algo, alguien debe estar ahí. 
Tras aquellas palabras, una dulce sonrisa y un beso en la frente, Miguel aceptó lo que decía su madre. 
Salieron de casa rumbo al colegio. Cursaba 3º de la E.S.O. en un colegio cercano a su casa, al cual, le tenía un aprecio infinito, no solo porque ya no lo iba a volver a ver, sino porque había sido un lugar muy especial para él. Aquel día, cuando estaba yendo con su madre, recordó su primer día de colegio. En su memoria estaba aquel momento en el cual, tuvo que soltar la mano de su mamá y agarrar la de una profesora desconocida para él, tuvo que emprender una nueva aventura entre llantos y lágrimas, una aventura que nunca olvidaría. 
Volvió al presente, estaba ya en la puerta. Su madre le soltó la mano, como en su primer día… una lágrima brotó de su ojo izquierdo. Sentía como ese momento no lo iba a volver a repetir jamás. 
En la entrada sin embargo, no fue una profesora quien le ofreció su mano, fueron sus amigos, Joel y Alberto. 
-Vamos tío, una última vez- dijo Joel sonriéndole. 
-Venga, no querrás llegar tarde en un día como este, ¿verdad?- añadió Alberto. 
- Claro que no cabrones, siempre sabéis como alegrarme. 
Así pues, los tres entraron. Subieron las escaleras un poco más despacio de lo normal, pero llegaron a tiempo a clase. Una vez allí, los 24 alumnos (exceptuando a los 2 anteriores) abrazaron a Miguel entre lágrimas y sonrisas. Miles de mensajes de ánimo fueron dichos antes de que llegara al aula D. Fernando Fernández, profesor de historia. Todos se sentaron en sus respectivos sitios. Miguel se sentó en el que había sido su sitio durante los 2 primeros meses del curso: junto al radiador y la ventana, un sitio ideal, frío en verano y caliente en invierno. 
-Sacad vuestros libros y abridlo por el tema 9, hoy empezaremos la Revolución Rusa. Para empezar, os mandaré leeros las 4 primeras páginas y resumirlas. Miguel, tú también.- dijo D. Fernando. 
Todos obedecieron, menos los 4 de siempre que se dedicaban a charlar o pintar cosas en las partes de atrás de los cuadernos. A Miguel empezar la mañana de ese modo le pareció ideal. 
Tras una eterna hora hablando sobre un tal Lenin y los zares, el profesor abandonó el aula. Como es de imaginar, se armó un poco de jaleo en el intercambio. Miguel aprovechó y miró por la ventana, los árboles estaban floreciendo, y el viento soplaba fuertemente por unas calles iluminadas por un sol templado y agradable… comenzaba el mes de abril. 
A segunda hora tocaba matemáticas. Rollo… pero era su último rollo. La señorita Ana era una profesora muy simpática y agradable, pero dar funciones no le pegaba nada según decían los alumnos. La señorita se demoró 5 minutos debido a un despiste, cogió el libro de física en vez de matemáticas, por lo que tuvo que volver a la sala de profesores y coger el correcto. 
-Buenos días alumnos- dijo mientras entraba sonriendo. 
-Buenos días- dijeron todos casi a coro. 
- Hola Miguel, veo que has venido, espero que aprendas mucho en esta clase sobre el mundo de las funciones. 
-Eso espero señorita.- contestó con una media sonrisa. 
Toda la clase sacó su libro en aquel preciso instante y comenzaron. Mientras casi el 80% intentaba enterarse de lo que significaba una asíntota, el otro 20% restante directamente pasaba. Pasada la hora, todos salieron corriendo al recreo, dejando a la pobre profesora a medias en uno de sus discursos sobre por qué son tan importantes las matemáticas. Miguel, que no sentía esa energía que le hacía correr, salió despacio. 
-Adiós Miguel, ha sido un placer tenerte como alumno- le dijo la señorita Ana con los ojos llorosos, antes de salir de clase. 
-¿Por qué tardaste tanto?- dijo Alberto- Es igual, venga, vamos al patio. 
Como siempre, Alberto y Joel esperaban a Miguel al salir de clase para bajar los tres juntos al recreo. Miguel no pudo evitar soltar una lágrima. Nunca más volvería a bajar las escaleras con sus amigos para bajar al recreo. 
-¿Y tu almuerzo?- preguntó Joel. 
- No puedo comer… no tengo apetito…- respondió Miguel 
- Bueno, mientras estés bien no probarás de mi bocadillo. 
-¿De qué es? 
-De chópez, chorizo y queso- respondió Joel- mi favorito. Mi madre hace los mejores bocadillos. 
Miguel apenas recordaba de que le hacía su madre los almuerzos. ¿Bocadillo de salami? Tal vez, pero sabía que le encantaban y le entristecía no poder comer. Mientras Joel y Alberto hablaban sobre lo importante que era utilizar una escopeta para matar zombis, Miguel se distrajo observando como los chavales de 1º y 2º jugaban un partido de fútbol. No eran unas estrellas, pero se divertían. Aún recordaba la primera vez que se apuntó en un equipo de fútbol. Fue en el del colegio, y fue allí donde hizo buenas migas con Joel. Por aquel entonces, Miguel era el mejor portero de todo su curso, y Joel un delantero con un ego mucho más grande que una catedral. Como es obvio, en los entrenamientos competían para ver quien era mejor en su posición, y Miguel debía pararse el mayor número de disparos realizados por Joel. Casi siempre quedaban en empate, por lo que los piques fueron cada vez a más y más, y como ninguno quería ser menos que el otro, esa rivalidad se transformó en una sana amistad. “Cuánto hacía ya de eso… una lástima no poder atajar ni una bola de papel ahora.” se dijo a si mismo. 
A la hora de subir, los 3 fueron a beber agua y llegaron a clase 2 minutos tarde. El profesor de Naturales, Luis Parral, les echó una pequeña bronca y les hizo sentarse. 
-Comencemos pues, ¿habéis hecho el esquema que os mandé? Que levante la mano quien no lo haya hecho. 
Miguel y otros 2 levantaron la mano. Luis apuntó en el parte a los 3 y dijo: 
- Esta bien, ya que no los ha hecho, explícame Miguel la meiosis. 
La clase continuó con la explicación de Miguel, y después con la del profesor. La hora de biología le pareció muy entretenida, pues siempre que hablaban de algo, Luis se iba por las ramas y contaba curiosidades sobre el tema que estaban dando, en este caso la reproducción. Cuando la clase concluyó, todos se alborotaron de nuevo y Miguel se distrajo esta vez mirando a Claudia. Claudia, era desde que tenía 10 años, la chica que le gustaba. No era un bellezón, pero para él era la luz de sus días y la luna de sus noches, el calor de su cama en invierno y la brisa del estío. Se sentaba unos sitios más adelante y Miguel se distraía pensando en ella. “¿Cómo sería darle un beso?” pensaba sonrojado y con una sonrisa bobalicona. Enseguida se le pasó cuando vio entrar por la puerta a su profesora de inglés, la señorita Yoli. 
-”Good morning. Please, sit down and open your student´s book in page seventy. Oh, Hi Miguel, how are you? Are you OK?” 
-Eeeh… yes, I am- respondió, aunque de inglés no es que tuviera mucha idea, apenas le llegó para entender que le estaban preguntando que tal estaba y que abriera el libro por la página 70. La clase comenzó con un texto el cual debían traducir, y al final terminaron haciendo una prueba oral, en la cual, cada uno debía decir que quería hacer si mañana les diesen un millón de euros. La mayoría dijeron de comprar cosas caras, pero Miguel fue de los pocos que respondió que no quería dinero, que el dinero sin salud y amor era un sin sentido. 
Todos se giraron y murmuraron cuando dijo tal cosa. 
- Muy bien- le dijo la señorita Yoli- es una opción que no muchos habéis considerado. 
Tras aquella intervención, era la hora de bajar al recreo de nuevo, pero esta vez al recreo largo. De nuevo, Joel y Alberto esperaron a Miguel. Esta vez Miguel no vio jugar a los pequeños, sino que se quedó debatiendo ferozmente que los mejores juegos son los más realistas. Frente a él se encontraba Alberto, el cual defendía que hay juegos de fantasía mil veces mejores que los realistas. Mientras discutían, a Miguel le vino a la mente la primera vez que habló con Alberto. Alberto era el típico niño que no jugaba a ningún deporte en el patio, por lo que se le solía ver solo. Un día, Miguel, sintiendo lástima por él, le dio la oportunidad y habló con él. Fueron conociéndose poco a poco, y cada vez descubrieron que tenían más cosas en común, hasta que cierto día se consideraron mejores amigos. Desde aquel entonces siempre han estado juntos, ellos dos y Joel. 
Llegó la hora de subir otra vez a clase. De camino, subiendo las escaleras, Miguel sintió un fuerte dolor en su vientre, el cual terminó haciéndole vomitar sangre mezclada con vómito de leche y cereales. Joel, que estaba detrás suyo, avisó a un profesor, el cual llamó a su madre para que viniera lo más rápido posible. 
Mientras su madre venía, Miguel subió a clase. Cuando entró por la puerta, pudo ver la cara de preocupación de todos sus compañeros. Miguel, rompió en llanto. En el aula estaba su profesor de Ética, y al ver tal escena le preguntó: 
-¿Por qué lloras, Miguel? 
- Siento mucho haberles preocupado, y siento mucho que lloren por mí. 
- No debes disculparte… no te preocupes Miguel, eres un buen chico, no has hecho nada malo. 
- Pero os he preocupado. Lo siento mucho- decía el joven entre lágrimas que formaban ríos por su pálida cara. 
Casi todas las chicas de la clase comenzaron a llorar, varios chicos también, mientras el resto se aguantaban las lágrimas en sus ojos, los cuales se volvieron húmedos; pero todos sentían como Miguel se iba y en su última voluntad no quería preocuparles y vivir un día normal. Joel y Alberto eran los que más lloraban, pues sabían muy bien el gran esfuerzo que estaba realizando su amigo. Ambos estaban abrazados entre sí, llorando uno sobre el hombro del otro. 
- ¿De qué tienes miedo Miguel?- le preguntó el profesor. 
- No quiero morir sabiendo que les voy a entristecer, por favor, perdonadme.- decía Miguel. 
- ¿No tienes miedo a la muerte? 
- No- dijo mientras se intentaba secar los ojos con la manga de su jersey- señor. Todos moriremos, pero lo que más temo es que nunca tendré una vida normal, por eso le pedí a los médicos y a mis padres que me dejaran venir hoy a clase, quería volver a sentirme alguien normal. No quería preocuparles, he sido un imbécil. 
El profesor se levantó de su silla y abrazó a Miguel. Acto seguido, Joel y Alberto se abrazaron con todas sus fuerzas a él. Todos se abrazaron. Todos estaban llorando porque uno de ellos se iba y su último deseo era el más humilde de todos: ser alguien normal, alguien con una vida que vivir, con sus desperfectos, pero así es la vida, amarga, dulce, ácida y salada; de todos los colores, de sonidos diferentes, dura o suave, la vida es todo lo que tenemos y al final nada. Y todo aquello lo había descubierto un joven Miguel a su temprana edad por culpa de un cáncer de páncreas detectado tarde. Un cáncer que se había extendido por su cuerpo, matándole lentamente por dentro y por fuera, quitándole una vida mundana. 
Cuando su madre llegó, vio a todos abrazados a su hijo. Rompió en llanto, pues ella también comprendía que su hijo solo quería ser parte de su clase, del grupo. Y que esa dichosa enfermedad le había dificultado tan fácil tarea.
- Vayámonos a casa hijo mío.- dijo sonriendo mientras dos lágrimas saltaban de su cara y precipitaban en el suelo de la clase. 
- Sí. Muchas gracias mamá por dejarme haber venido a la escuela. 
- Hijo, no hace falta que me des las gracias, ¿lo has pasado bien? 
- Sí- respondió con una sonrisa sincera, la cual brillaba en una cara apagada por la tristeza de sus ojos. 
Miguel se despidió uno a uno de todos sus compañeros. Algunos lo abrazaban, otros le daban una palmada en la espalda y la mano, pero si en algo coincidían todos, era en que le sonreían a tan valiente joven. Cuando llegó el turno de despedirse de Claudia le susurró algo al oído que le hizo reírse mientras lloraba. 
- Siempre te recordaré- le respondió ella.
Se dieron un abrazo entre sonrisas y lágrimas y se despidieron. Junto a la puerta, Joel y Alberto esperaban su turno. 
- Un placer haberle conocido maestro.- dijo Joel. 
- Lo mismo digo- respondió Miguel. 
- No te olvidaremos, no se olvidan caras como las tuyas- dijo Alberto. 
- Ni como las tuyas- respondió Miguel. 
Por última vez, los tres se miraron con una mirada cómplice, de camaradas, de amigos. Pero no pudieron evitar volver a llorar y se dieron un abrazo entre sollozos, lágrimas y tristeza. 
Esta es la historia de un joven que una enfermedad le cambió la vida y él luchó por retomarla de manera normal aunque fuera por un día. Luchó por su vida aun sabiendo que estaba más muerto que vivo. Al cabo de unos días, Miguel fue ingresado. La metástasis era muy severa con él y en cuestión de horas, el organismo del joven muchacho no aguantó más. D.E.P.

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